La niña de amarillos cabellos nos contaba una historia de ninfas del bosque ataviadas con vestidos blancos. Entre sombras y rayos de luz recorrían las florestas tarareando acordes de su mundo de colores, alegrando al caminante que se resbalaba al oír lo que en ocasiones con corazón cantaba.
La mujer nos describía a aquel hombre que selló su corazón un día, nos comentaba su ternura, su sencillez, sus ojos negros y sus labios de besar oficio. Nos iba trazando lentamente su futuro claro; quedábamos embelesados con tan dulce voz y el titilar de sus ojos.
El hombre alto de oscura piel recitaba versos que aprendió en sus cálidas tierras cuando era niño, poemas que hablaban de pastores y rebaños, de verdes prados entre montañas, de cristalinas aguas y de furtivas nubes ; de labranzas y de maizales; sonetos y coplas que nos hacían vislumbrar un mundo nuevo lleno de amistades y tolerante humanidad.
El alba y su olor nos cubría lentamente clareando el día, se elevaban con el viento las cenizas de la hoguera de la noche anterior. Continuamos el camino con el corazón más altivo.